De las pérdidas, los apegos y el yoga

Estos últimos días he contemplado con gran atención el valor trascendente de la imparmanencia. David Swenson hacía una analogía muy clara con las posturas en yoga: “¿Te gusta un ásana? ¿Te incómoda un ásana? No te preocupes. Sólo dura cinco respiraciones.” Si continuamente el yoga nos recuerda que todo se crea, se mantiene y se transforma, ¿por qué nos siguen afectando las pérdidas? ¿Cómo debe vivir un yogui frente al duelo?
​Hace un mes estuve en Varanasi, una de las ciudades más sagradas de la India y también una de las más antiguas del mundo. Se dice que Shiva la creó y quién muere en este lugar se libera del ciclo de reencarnaciones. Por esa razón, muchas personas piden que sus cuerpos sean cremados ahí para luego esparcir las cenizas en el río Ganges. Mientras caminaba por unos de los Ghats de Varanasi fui testigo de una cremación. Era sencilla. El cuerpo estaba colocado sobre leña, arropado en telas de color naranja. Eran seis personas nada más. Uno de ellos recitaba mantras mientras el fuego provocado por la madera consumía el cuerpo. No había una sola lágrima. Enseguida, mientras me alejaba, fue testigo de una escena que es difícil describir con palabras. Un hombre se acercaba al Ganges. En sus brazos, llevaba a su bebé muerto. Como los recién nacidos llegan con un cuerpo puro, no es necesario cremar el cuerpecito para que sea recibido por el Ganges. Iba a depositarlo en el río. El rostro de este hombre era impresionante. No encuentro adjetivos precisos para poder describirlo. Pero había una calma perceptible que asumo sólo puede ser resultado de la aceptación.
​El yogui es consciente y acepta que las formas y los roles en el mundo son impermanentes. La muerte es un continúo recordatorio de que lo único real que tenemos es el momento presente. ¿Por qué seguimos aferrados a un pasado que ya es historia? ¿Por qué nos preocupa un futuro que es una proyección? Trabajos, relaciones, posesiones, van y vienen. Hoy eres jefe, mañana quizás puedas ser empleado. Hoy eres padre, mañana quizás abuelo. Nos desgastamos demasiado en pensar lo que pudo haber sido, lo que será o lo que fue sin observar lo que tenemos ahora, que es perfecto. Si el yogui está en un estado de calma y paz, vive con la consciencia plena de que hasta esos estados, por más positivos que parezcan, son temporales y podrían verse afectados por la salud o la muerte. Y si atravesamos por una situación difícil, transgresora, el yogui también sabe que eso que está viviendo encierra una gran enseñanza y que tampoco la situación será eterna.
​Las pérdidas duelen porque la mente está aferrada a las formas, a lo conocido, a lo que está acostumbrada. Pero el yogui, con gran perspicacia, quiere ver más allá de las formas para aceptar que todo cuanto existe se crea, se sostiene y se transforma. Con este entendimiento, el yogui aprende a surfear en las olas de las distintas manifestaciones en el mundo. Si hacemos una analogía con esta energía que llamamos vida, podemos apreciar que el mismo mar puede producir una calma de gran bellaza o un tsunami con una fuerza destructora implacable. Seguro habrá olas placenteras, divertidas pero también habrá otras que impliquen grandes retos. Pero al final, siempre está la orilla a la que puedes llegar.

¡Namasté!

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