La muerte, por Ana Paula Domínguez

En Occidente sabemos mucho de las cosas que el sistema necesita que sepamos, pero poco sobre la vida misma. Nos invitan a ser hedonistas, a buscar el placer inmediato que produce un bien de consumo, una experiencia, pero no nos enseñan el conocimiento de temas tan trascendentales como la muerte. La muerte suele ser un tema tabú del que es mejor no hablar y del que muchos no sabemos ni cómo enfrentar. Además de eso, al hecho de morir lo relacionamos con lo peor que puede suceder en la vida. Un ataúd, gente rezando y llorando, todos vestidos de negro. Todo lúgubre. Todo tristeza. Todo lo peor.
Tengo casi treinta años. No tengo idea de qué es eso de la muerte, sólo que me produce una sensación brutal de pánico y de miedo. Tanto es mi pavor que nunca he ido a un entierro o a un velorio, y siempre le pido a la vida que por favor nunca me agarre la muerte de algún ser querido cuando esté de viaje. Estoy por cumplir treinta años. Cada año, desde 1992, se organiza una conferencia de sanación en Assisi, Italia. Es un congreso mundial impartido por mi maestro Guru Dev Singh Khalsa, donde al menos 200 yoguis y practicantes de curanderos del mundo se reúnen para seguir aprendiendo la técnica de sanación proveniente del norte de la India, Sat Nam Rasayan.6 Este año es la primera vez que asistiré a este congreso de sanación, que se organiza los primeros días de diciembre. En el mes de septiembre, previo a esto, mi padre tuvo una intervención en los riñones por un supuesto tumor benigno, sin embargo, estoy tranquila porque al parecer todo está en orden.
Aún así, a principios de noviembre me llevo a mi padre y a mi madre al retiro “La muerte. Del miedo a la confianza,” que le organizo al reconocido doctor Dieter Le Noir. En este retiro, el doctor Le Noir habla de la forma en la que podemos trascender la muerte de acuerdo con las enseñanzas budistas y de cómo prepararse para trascender cuando mueres y de lo que pueden hacer las personas que están cerca de la persona que está por morir.7 En el segundo día, el doctor Le Noir les pide a los participantes hacer un ejercicio que consiste en que ellos reflexionen y escriban qué es lo que pensarían si supieran que les quedan tan sólo tres días de vida. Mientras escribe esta carta, le tomo una fotografía a mi padre. El retiro me tranquiliza y paso un fin de semana hermoso al lado de mis padres. Se acerca el momento de la Conferencia de Sanación en Italia. Mi madre me dice que mejor no vaya y mi padre me dice que si vaya. Total, como yo creo que la situación de salud de mi papá es estable, tomo el avión y me voy a mi viaje, así que llego al curso muy emocionada.
El curso es en Assisi, en la región de la Umbria. Toda mi familia es muy devota de san Francisco de Assisi. Mi abuela era devota al santo y mi padre nació el día 4 de octubre, día de San Francisco de Asissi en el santoral, por lo que el lugar tiene un significado especial para mí. Después del cuarto día de curso, voy a la tumba de san Francisco, un lugar al que incluso los participantes que asisten al congreso, visitan por tener un espacio muy particular. Cierro mis ojos y de inmediato entro en otro estado de conciencia. Empiezan a pasar muchas imágenes de mi niñez y sobre todo viene mucho la imagen de mi abuelita, la madre de mi papá.
Después de un rato salgo de la capilla y regreso a tomar la sesión de la tarde. Estoy en la sesión y alguien se acerca a decirme que tengo una llamada telefónica de mi cuñado. A mí me parece muy normal y llego al teléfono muy contentita a saludar a mi cuñado, pero mi rostro y mi emoción se transforman en un segundo cuando me informa que mi padre tuvo una recaída, que se encuentra en el hospital y que tienen que operarlo, pero que no se quiere operar porque desea hablar conmigo. Lo llamo y lo escucho llorando y muy nervioso, le digo que me regreso de inmediato.
Subo con mi maestro hecha un manojo de nervios y de lágrimas, le cuento la historia. Se queda en silencio un momento y luego me dice, “vete preparando linda”. Le pide a uno de sus alumnos que me ayude a organizar mi viaje de regreso y luego sé que le hacen a mi padre sanación a distancia. También sabré por mi madre que mi padre se tranquilizó por completo unas horas después, lo que me hace pensar que efectivamente recibió la sanación a distancia. Todo lo que no quería que me pasara nunca, me está pasando.
Tomo el tren de Assisi a Firenze, me tranquilizan mucho las palabras y la presencia de Marco Kegel, un homeópata suizo muy reconocido que va de regreso a su país ís y que se sube al tren conmigo, a quien le platico la historia y me consuela. Duermo en el hotel del aeropuerto de Florencia. Las paredes son de alfombra color negro y el cuarto parece un ataúd. Mi primer impulso es ir a cenar y pedir una copa de vino. Le doy un trago y me doy cuenta de que ésa no es la solución. Apenas y pruebo bocado y me subo a meditar y hacer sanación a mi padre mientras lo operan. Espero, sin poder dormir, los resultados. Lo operan y sale bien pero me dicen que está totalmente invadido de cáncer. Tiene poco tiempo de vida. Vuelo de Florencia a Roma, de ahí a Los Ángeles y finalmente llego a México. El viaje me parece eterno. No sé si voy a encontrar a mi padre vivo o muerto. Llego a la ciudad de México con el regocijo de poder ver a mi papá en el hospital, de verlo vivo.
Empiezo a practicar las técnicas de curación que había aprendido en Italia. Casi parece que la vida me llevó hasta allá para prepararme y para poder ayudar a mi papá, ¿o ayudarme a mí para enfrentar lo que vendría?
En un primer momento le digo a mi papá que todo va a estar bien, que lo quiero, que nunca quise sacarle canas verdes como lo hice durante mi adolescencia. Me doy cuenta de que estoy muy nerviosa y de que sólo lo preocupo más. Obtengo dos enseñanzas muy importantes. La primera de una amiga que me dice: “Lo mejor que le puedes regalar a tu padre en este momento es tu paz y tu calma”, y la segunda me la da Hari Singh, un discípulo de uru Dev quien me deja un texto sagrado de la tradición sikh, el libro ukhmani. Este texto sagrado ayuda a curar a los que están enfermos o a ue se vayan. Leer este rezo toma dos horas y media, se tiene que recitar las 2:30 de la mañana. Comienzo a hacer esta práctica todos los días.
La meditación que estoy practicando me sostiene. Todos los días voy acasa de mis padres y le hago Sat Nam Rasayan a mi padre. Lo toco con mis manos en presencia, con la intención de curarlo y de que el dolor que siente sea menor. (Todos nos vamos a morir, él se está muriendo y deseo que su sufrimiento sea menor). No sé que tanto le ayuda, pero sé que se relaja, que lo acompaño y que esto ya es suficiente en estos momentos.
Después de un par de semanas, mi papá regresa al hospital. Los doctores nos informan que está muy mal, pero que todavía pueden mantenerlo con vida artificialmente, alargarle la vida por cualquier medio. Mi sabia madre dice que ya no le hagan nada y lo dejan únicamente con suero y oxígeno. Me quedo con ella en el hospital. Es 28 de diciembre. Antes de salir a recitar mi meditación, mi padre me pide un trago de agua. Le doy el trago de agua. Hago mi rezo de dos horas y media y regreso muy tranquila a la habitación. Le doy un beso a mi papá. Mi mamá se duerme en uno de los sillones y yo me cubro con mi chal y me acuesto en el reposet. Cierro los ojos y me duermo muy tranquila; entro en el sueño más profundo que nunca tuve, casi como acariciada por los ángeles. Despertamos hasta las ocho de la mañana. Mi papá ha muerto. Las lágrimas salen y estoy más triste que nunca, pero sé que es el momento de ayudarle en su transmutación para que pueda desprenderse de esta existencia física. Sé que nos mira. Le paso una vela por su cuerpo muerto, la prendo y volteo al cielo y le sonrío y siento como si me estuviera viendo. Mi mamá está desconsolada al igual que toda la familia. No quiero entrar en ese espacio de dolor y prefi ero estar lo más tranquila posible. Viene mi amigo Hari, el discípulo de mi maestro que me había dado el libro y desayunamos juntos. Me dijo que tengo que seguir haciendo el rezo para ayudarle en su proceso durante cuarenta días más. De acuerdo con las tradiciones sikh, cuando uno muere verá dos escenas: en la primera está toda la familia y los amigos reunidos y un gran fuego y calor humano. En la segunda, una gran montaña blanca fría y aislada. Si el alma se va por la primera, el alma se queda apegada a la existencia física. Si elije la montaña fría se podrá desapegar de esta existencia. Por eso, cuando alguien muere, hay que ayudarlo a salir de esta existencia e ir más allá de nuestros propios apegos. En el velorio me vestí de blanco, prendí una vela tras otra con la idea de guiarlo a su nuevo destino de luz y paz infinita. Tengo un agradecimiento profundo de haber podido sanar la relación con mi papá, de haber podido ir a través de su muerte en paz, gracias a las enseñanzas espirituales que tengo y de todas las enseñanzas y apoyo de mis maestros. De no haber sido por eso, quizá mi opción hubiera sido el refugiarme en una botella de alcohol o simplemente no hubiera podido entender el proceso de la muerte.

Occidente poco nos enseña sobre la muerte.

Fragmento del libro El mapa de la felicidad de Ana Paula Domínguez. Agradezco infinitamente a Ana por su gratitud al autorizar la reproducción de este texto.
6 El Sat Nam Rasayan es una técnica de curación milenaria que llega a nosotros a través del maestro Yogui Bajan y a través de su discípulo Guru Dev Singh Khalsa.
7 Sogyal Rimpoché, El libro tibetano de la vida y de la muerte.

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