El yoga y la compasión


Muchos de nosotros confundimos la palabra “confusión” con “lástima” pero no es así. La compasión puede estar mezclada con el deseo y el apego, como el amor de unos padres por su hijo, que a menudo está relacionado con sus propias necesidades emocionales.

Del mismo modo, el amor entre marido y mujer, sobre todo al principio, se parece más al apego que al verdadero amor. La verdadera compasión no es tan solo una respuesta emocional: es un compromiso firme sobre el cual se ha reflexionado. Por eso, una auténtica actitud de compasión no varía, ni siquiera frente al comportamiento negativo de los demás. ¿Cómo entender esto?

Ahimsa o ausencia de violencia es uno de los yamas o restricciones que nos permiten vivir en convivencia con los demás.  Es quizás el más conocido. Grandes practicantes de ahimsa han sido Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr. De entrada, parece obvia la práctica de la ausencia de violencia pero, contempla por un momento: ¿Cómo es que nuestras decisiones, directa o indirectamente, dañan a otros?

Judith Lasater, autora de Living yoga, asegura que la forma más efectiva de practicar ahimsa es poner atención a nuestros estados de ira y enojo: “Si queremos cambiar la manera en la que interactuamos con el mundo, entonces tenemos que estar atentos a nuestras palabras y acciones. Sólo así podremos cambiar nuestros pensamientos”.

Otra manera es cultivar la compasión. Primero, como bien lo explica el Dalai Lama, una auténtica actitud de compasión no varía, ni siquiera frente al comportamiento negativo de los demás. Aquí es donde reconocemos que todos anhelamos una búsqueda de la felicidad. Recordemos que el budismo enseña que la felicidad no existe, el sufrimiento es una realidad y que nuestras acciones deben ir encaminadas a disminuir el dolor.

Así pues, debemos contemplar que en esta búsqueda de la felicidad, quizás las acciones de otros te incomoden pero es importante señalar que la compasión inicia con nosotros mismos. Por lo general, somos muy buenos para aconsejar a otros cuando tienen un problema o consideramos que están en una situación vulnerable. Esto no es compasión. Si observamos con claridad, por lo general somos los jueces más severos con nosotros mismos. Así que uno de los primeros ejercicios de compasión es hablarnos a nosotros mismos, como si hablásemos con un amigo. 

La compasión inicia con uno mismo. Si lo hacemos diario, comenzamos a generar patrones mentales que nos permitirán desarrollar la compasión hacia otros. 

Otro ejercicio que nos permite cultivar la compasión es el siguiente. Realiza un par de respiraciones. Inhalaciones profundas, exhalaciones largas. Hazte consciente del ritmo natural de tu respiración. Cierra los ojos y piensa en alguien que te haga enojar mucho ¿Qué notas? ¿Qué ha cambiado? Ahora, evoca a algún ser vivo que te provoca gran alegría. Tú mascota preferiblemente, o un lugar bello. ¿Es diferente la situación?

Finalmente, cuando estés en un lugar público y te enfrentes a alguien que te saca de tus casillas, una manera de humanizar a ese ser en pensar en algo banal como ¿le gustarán los plátanos? o ¿quizás es fanático de los tacos de canasta y las carnitas?

Sigue la transmisión con Janett Arceo en https://www.facebook.com/profile.php?id=100044376881395




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