La mente cambia



Uno de mis maestros más queridos es Swami Satyananda. El nació en Bárcelona, España y ha vivido la mayor parte de su vida en India, dedicado a la práctica y el estudio del yoga, del advaita-vedanta y del shivaísmo de Cacheira. Es un gran divulgador y por eso, cada vez que tengo oportunidad, acudo a recibir su enseñanza. 

En una ocasión, un meditador le preguntó por qué, sí después de haber practicado y contemplado la relación de la mente con el cuerpo, parecería que más pensamientos y emociones negativas se presentan con mayor frecuencia. Se sentía como en una montaña rusa pues había momentos de gran claridad y calma cuando de pronto, y sin avisar, venía una avalancha pensamientos no deseados que lo sumían en un estado de desesperanza.

Swami Satyanada, con su peculiar estilo, respondió que la manifestación de todo lo que existe surge de la dualidad: arriba, abajo; áspero, suave; rico, pobre; felicidad, ira; vida, muerte; blanco y negro, etc. Y por supuesto, la mente percibe e interpreta esta manifestación de manera permanente. Y aquí es dónde surge una de las raíces del sufrimiento. Si permitimos que la mente se identifique con esta dualidad, lo único que vamos a acarrear es dolor a nuestra existencia porque comenzaremos a contarnos historias como: “si mejoramos la cuenta bancaria, seremos felices o si nos casamos con determinada persona, nos estableceremos en una dicha constante”. Estas ideas son ilusiones pero tiene un efecto tan fuerte en nuestras acciones que empezamos a mendigar dinero de nuestras profesiones, amor de las personas que nos rodean, reconocimiento de nuestros seres queridos, etcétera, y lo único que logramos es un estado efímero de satisfacción. 

Si fijas tu anhelo de éxito en adquirir la casa más bella frente al mar y trabajas duro para conseguirlo, es probable que tu mente experimente una dicha y felicidad momentánea pero recuerda que ¡la mente cambia! Quizás hoy esté contenta pero mañana dirá “es un carga tener una casa que se daña con la sal y la arena de la playa además de es sumamente cansado tener que viajar al mismo lugar en las vacaciones”. 
Por esa razón, es vital acceder al estado de calma y silencio que te brinda el meditar. Ahí no hay cabida para dualidad. Simplemente eres. Meditar es la oportunidad de reconocer que más allá de los cargos que ocupes en la empresa, las posesiones materiales que acumules o las personas con las que te relaciones, eres un ser que mora en el contentamiento. Meditar es permitir que la mente, que siempre está cambiando, descanse.

Si un día te levantas lleno de entusiasmo, pleno y optimista, disfruta pero no te identifiques porque es solo un estado mental. De la misma manera, si al otro día te levantas con una actitud derrotista, sin rumbo ni motivación, tampoco te ancles en esa etapa porque ¡también es un estado mental! Tal y como enseña mi maestra Jñana Dakini: “Ni una alegría desbordada ni una depresión profunda”.
El yoga y la meditación deben vivirse las 24 horas del día. Continuamente olvidamos hacerrnos conscientes de nuestra respiración o no es imposible detenernos para contemplar en dónde estamos. 
Sin embargo, Swami Satyananda dice que a lo largo del día, tenemos muchas actividades de no mente, como limpiar la casa, caminar a nuestra oficina, manejar para dejar a los hijos en la escuela, esperar en una fila, etc. Son actividades que si bien requieren de nuestra atención, no precisan un enfoque constante. Aquí podemos aprovechar para repetir el mantra o respirar de manera consciente con tal de ejercitar a la mente para alejarse del deambular constante entre los pares de opuestos. 

Manten pensamientos nobles, que te enaltezcan. Si llegan recuerdos o imágenes que te perturban, lee los libros y las enseñanzas de quienes se han establecido en ese estado más allá de la mente cambiante. No permitas que la mente se convierta en la que dirija tu vida. Mejor haz las paces con ella y aprende a tenerla siempre de tu lado.

Lectura recomendada:

Satyananda, Swami, El hinduismo, Fragmenta Editorial, 2014, España.

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