De cuando el yoga te salva. ¡Bienvenido al primer día del resto de tu vida!


Comencé a practicar yoga en 1994. Estaba en la universidad. A pesar de que todo parecía estar bajo control, percibía una sensación de inconformidad, hastío y curiosidad. Tenía que existir algo más allá de estudiar una carrera, tener una familia, dormir bajo un techo y construir sueños profesionales hacia un futuro. Fue entonces cuando el yoga me encontró y conocí a mi primera maestra de meditación.

A partir de ese momento, durante varios años, seguí practicando e indagando en la experiencia mística que varios occidentales describían sobre los gurus y yoguis que habían encontrado en India. Estaba sumamente emocionado y encontré en la meditación un vía para conocerme más. A partir de ese momento, comencé a vivir de una manera más equilibrada a pesar de mis inseguridades. Es decir, la vida continuaba con sus altas y bajas, sus momentos de dicha y sus temporadas oscuras, pero yo me sentía más acompañado. Así el yoga me salvó por primera vez.
Años después, me incorporé a la vida laboral y, relativamente joven, tuve la oportunidad de dirigir una revista de bienes raíces. Estaba orgulloso de ser responsable de la concepción, el diseño y el armado de una publicación mensual. Cada vez que encontraba ejemplares en los puestos de periódicos, no cabía de felicidad. Sin embargo, todo requiere sacrificio y si bien seguía meditando y realizando mis prácticas, ya no estaba tan dedicado como al principio. Fue cuando las presiones comenzaron a llegar. Entregar la revista en tiempo se convertía en un correr constante. Cada cierre de edición, es decir, la semana en la que la debemos afinar cada pequeño detalle para que la imprenta reciba los archivos, me generaba un gran estrés porque nunca faltaba un compañero del área comercial que había logrado vender un espacio publicitario y teníamos que tomar la decisión de incluirlo o dejarlo fuera. Como el flujo de efectivo siempre es prioritario, terminaba rearmando la revista y entregando los archivos finales a los talleres de impresión alrededor de las 2 o 3 de la mañana. Durante esa semana me sentía como alguien que se sube a la montaña rusa más alta y antes de lanzarse en caída libre, se percataba de que no traía el cinturón de seguridad abrochado. Por supuesto que, una vez concluido el trabajo, debía recompensarme por el gran esfuerzo y me iba al mejor restaurante de la zona. Ordenaba los mejores platillos, como si el colesterol no existiera, y me bebía dos botellas del mejor vino tino. El cuerpo siempre termina cobrando facturas y los resultados no se dejaron esperar. Llegué a pesar más de 100 kilos y pensaba que, de seguir así, a pesar de mi gran impulso a la industria vinícola del país, terminaría con severos problemas de alcoholismo. Para mi fortuna, el Centro Budista de la Ciudad de México se encontraba a la vuelta de la esquina de la oficina donde trabajaba y al pasar por ahí leí que ofrecían un curso de introducción al hatha yoga. En el fondo sabía que, por mi salud física y financiera no podía continuar con este ritmo por lo que sin, pensarlo, decidí inscribirme. ¡Y fue una de las mejores decisiones de mi vida! La práctica de las ásanas o posturas se complementaba de manera óptima con la meditación. Bajé de peso, dejé las comidas y el vino como una forma de compensar mi esfuerzo, y me sentía más seguro de mis decisiones. El yoga me había salvado por segunda vez. 
Posteriormente, cuando comencé a trabajar en una casa editorial, vinieron las grandes satisfacciones profesionales. Trabajar como editor responsable de proponer libros y autores para los mercados de México, Estados Unidos y Centroamérica bajo la confianza de quienes me contrataron me ha proporcionado una formación inigualable. Sin embargo, noté también que cada año, sufría de un padecimiento crónico. El primero fue un dolor de muelas de gran intensidad, luego una conjuntivitis que el día que me percaté de la infección parecía que estaba audicionando para la película The fly de 1986. Y finalmente, un dolor en la espalda alta que no me imposibilitaba para dormir. Llevaba con esta dolencia más de una semana. ¿Te imaginas lo que le ocurre a tu sistema nervioso el no dormir durante más de seis días? Lo probé todo: acupuntura tibetana, fisioterapia, masajes relajantes, etc. No quería tomar pastillas para dormir. Curiosamente, me percaté que mis desequilibrios siempre sucedían en los meses de junio y julio, justo antes de la revisión de presupuestos y presentaciones de objetivos para el año siguiente. ¿Coincidencias?



Decidí retomar mis clases de ashtanga yoga y encontré un estudió de camino a la casa. La experiencia fue increíble. Dormí como no lo hacía en semanas. Y pensé, "de aquí soy". Así que lo tomé muy en serio y decidí certificarme para impartir clases y dedicarme a promover el yoga dentro y fuera de la oficina. El yoga me había salvado por tercera vez.
Finalmente, después de 10 años de trabajar en oficinas, decidí lanzarme como emprendedor. Escribí mi primer libro y abrí la plataforma de bienestar www.yogaentuempresa.com   Sigo trabajando para una editorial de Estados Unidos y hago lo que me apasiona: escribir. Terminé mi primera novela, voy por la segunda. También comencé con otro libro de no ficción. Cuido los contenidos de Yoga en tu Empresa y retomé este blog como un espacio más personal. No ha sido sencillo. He pasado por momentos luminosos pero también la incertidumbre me ha generado temor y me he cuestionado si tomé la decisión correcta. Es una respuesta que aún no tengo. De lo que si percibo una certeza es que en los momentos más complejos, el yoga está ahí, nuevamente. Como bien lo decía mi amiga Anayancin:"Cuando sientas que todo se cae, ¡yoguea!". El yoga me ha salvado por cuarta vez y ahora puedo decir, sin lugar a dudas, "bienvenido al primer día del resto de tu vida".



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