Hace
un par de días, en un muro de Facebook, leí la siguiente expresión: “Es curioso
cómo la gente piensa que los que practicamos yoga deberíamos estar todo el
tiempo en calma. Y no. Estamos aquí porque todos estamos “locos”. Coincido
plenamente.
Estamos locos porque no nos
resignamos a vivir de manera automáta, reaccionando en lugar de actuar con
atención plena. Hay un acto de rebeldía en el yogui que trata de entender cómo
se construye la percepción de su mundo. Es un explorador de su realidad que se
niega a aceptar que la vida es cómo se la están contando.
En el diccionario de la Real
Academia de la Lengua, la locura se define como una “acción que, por su
carácter anómalo, causa sorpresa”. Y
nosotros continuamente nos movemos en acciones anómalas: nos paramos de cabeza,
meditamos, cantamos mantras, viajamos en busca de recibir enseñanza de
maestros, observamos los efectos que causan los alimentos en nuestro cuerpo,
cuestionamos lo que ocurre a nuestro alrededor, contemplamos el comportamiento
de la mente, etcétera.
El estudiante de yoga es consciente
de que la belleza de esta experiencia que llamamos vida está basada en la
constante variación de luz y oscuridad, de inferior y superior, de los pares de
opuestos que se manifiestan constantemente.
Nos han hecho creer que el mundo es
así y, como consuecuencia, tenemos que
experimentar sufrimiento sin indagar en su origen. En una ocasión, alguien
intentó convencerme de que la felicidad eran estados momentáneos que se daban
de acuerdo a las circunstancias. Y como
buen loco me negué a aceptar tal afirmación. Porque de ser así, mi estabilidad
dependía de las condiciones externas que están en constante cambio.
El yoga es una filosofía que nos
permite incrementar nuestra capacidad de adaptación ante las fluctuaciones
constantes que son propias de todo lo que existe en el mundo: nacimiento, crecimiento
y muerte; creación, sostenimiento y transformación. Lo que sucede en el
exterior no lo podemos controlar pero sí está en nuestras manos cómo
reaccionamos frente a estos factores externos.
La meditación es como el fluir del
aceite que vertimos en una lámpara. Es el estado de turiya, la experiencia del conocimiento puro, que va a todas partes
con nosotros. Más allá del tapete de yoga o el shala de práctica.
No
se trata de alcanzar algo en particular. Es el continuo acto de aceptar y vivir
en el presente. Paz al caminar, paz en el trabajo, en la familia, en las
relaciones. Éste es el arte de la meditación. El arte que nos gusta ejercer a
todos nosotros que estamos un poco, o un mucho, locos.
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