Hace un par de semanas, leí una reflexión que el maestro
B.K.S. Iyengar (q.p.d.) hacía sobre el perfil
del practicante de yoga al mismo tiempo que recordaba su propia historia. Y decía: "la mayoría
de las personas que acuden a una clase por primera vez, lo hacen porque quieren
sanar una dolencia física, curar una
migraña, un dolor de
espalda o mejorar la salud. Esto es bueno porque significa que estas personas
tienen una mente práctica que busca
resultados específicos a problemas
claros".
De
hecho, el mismo Iyengar aclara que esa fue una de las razones que lo motivaron
a iniciarse en el yoga pues había
nacido con una condición de salud muy
precaria y no pierde oportunidad para señalar que el yoga le salvó la vida.
En
este contexto vale la pena reflexionar sobre la relación que el yoga tiene con la salud física y preguntarse: ¿es
el yoga una cura para todos los males?
Desde
mi perspectiva, el yoga es un auxiliar efectivo en el tratamiento de muchas
enfermedades que padecemos como consecuencia de la vida acelerada en las
grandes ciudades.
El
cuerpo responde de manera automática
cuando se siente amenazado por una situación de peligro: los músculos
se tensan y la espalda se encorva para proteger órganos internos. Cuando nos sometemos de manera sistemática a situaciones que generan estrés como los embotellamientos o varias horas frente a un monitor de
computadora apurados por entregar un informe en la oficina; comenzamos a sufrir
de migraña, desórdenes digestivos, insomnio y dolor de espalda.
Cuando
practicamos yoga (y aquí me refiero a
ejecutar ásanas, realizar ejercicios respiratorios o pranayama,
cantar mantras o meditar), llevamos la
mente a un estado de concentración
unidireccional. De este modo la mente, o la loca de la casa como le decía Santa Teresa de Jesús,
deja de ir de un lado para otro y logramos establecernos en lo que los budistas
llaman la atención plena. Todo lo
que hacemos en yoga es un gran entrenamiento para enfocar la mente en una sola
dirección. Cuando
permitirnos que la mente vaya de un lugar a otro, vienen las preocupaciones por
un futuro que no existe y nos angustiamos. O permitimos que la nostalgia de un
pasado que tampoco existe nos abrume para entrar en estados de continua
melancolía. Y estás afecciones emocionales se reflejan de manera directa en la salud
del cuerpo.
Al
lograr que la mente se estabilice en el estado de atención plena, nos encontramos mucho mejor preparados para enfrentar las
situaciones de estrés y tensión que enfrentamos con cotidianidad. Además, las posturas, al trabajar a nivel óseo muscular, no solo fortalecen músculos sino que nos permite mantener sanos los huesos y las
articulaciones. También las posturas, en
conjunto con los ejercicios de respiración, nos ayudan a estabilizar el sistema nervioso y a trabajar con
los sistemas naturales de eliminación
de toxinas del cuerpo. En este sentido, trabajamos en dos niveles: por un lado,
ayudamos a que nuestra mente esté
en el aquí y el ahora; y al
mismo tiempo estimulamos la salud del cuerpo a través de los estiramientos, las torsiones, las extensiones hacia atrás y las inversiones o posturas de cabeza.
Namasté
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